Retazos de Amor
2
No era la primera vez que escuchaba estas acusaciones. Ya varios colegas le insinuaban que la única razón por la que trataba tan bien a la joven secretaria era porque tenía o quería tener una aventura con ella. Aunque Rebeca le ocasionara deseo, en ningún momento había pensado en la idea de algo pasajero con ella, por lo que sus atenciones no tenían ninguna intención oculta de seducción o similares. Sin embargo, sabía que tampoco tenía la oportunidad de ser algo más que un amigo y un devoto protector para la joven, así que tampoco tenía la intención de enamorarla en esos momentos.
—Lo único que pretendo es que usted cuente conmigo en todo momento. Su compañía y su conversación son motivo suficiente para mí.
La respuesta, aunque sincera, no pareció satisfacerle. No obstante, guardó silencio por un rato más hasta que llegaron al hospicio. Jaime aparcó el automóvil y ella se quitó el cinturón de seguridad.
—La estaré esperando a que salga. No se apresure por mí, yo iré a comer por aquí cerca y aún así estaré a tiempo.
Ella se giró hacia él y con decisión, pronunció su discurso.
—Escuche, no suelo equivocarme al juzgar a una persona y usted no me parece de ese tipo, pero si espera algún favor especial de mi parte por traerme y esperarme, será mejor que se ahorre su tiempo y no esté aquí cuando yo salga. Usted es un hombre muy atractivo y estoy segura de que cualquier mujer caería ante sus atenciones, pero yo no soy de ese tipo de secretarias.
Su discurso dejó anonadado a Jaime y ella se bajó del automóvil sin dejarlo contestar.
El nerviosismo se iba apoderando de ella conforme el final de la cena con su padre se acercaba. Sabía que desde un principio no debió haber aceptado que su jefe la acompañara, no estaba bien visto y quizá había provocado el mal entendido. Sin embargo, la confianza que le tenía fue suficiente para no temer en el principio. Si bien sus atenciones le parecían sospechosas, jamás Si Jaime la estaba esperando, no sabía con qué cara iba a enfrentarse a él después de lo que le había dicho. Él sólo intentaba ser amable y ella lo había acusado de algo que quizá ni le había pasado por la cabeza. Si él no la estaba esperando, tampoco sabía con qué cara iba a verlo todos los días en la oficina luego de que desenmascarara sus intenciones tan bajas.
Pero Jaime estaba allí cuando salió del hospital y no sólo la recibió con una sonrisa sino que le abrió la puerta del carro para que subiera. Titubeó. Estaba muy apenada con él, aunque no por eso se había borrado toda su desconfianza.
Era la primera vez que Jaime la llevaba hasta su casa, lo que hacía que aumentara su nerviosismo. Sin embargo, en el camino, él rompió el silencio hablando con voz suave.
—Sabe usted… siento mucho que se haya formado una opinión negativa de mí. En verdad, mi único motivo para querer acompañarla a este lugar es mi deseo de protegerla de cualquier peligro.
Ella iba a hablar y decirle que no era necesario, que ya lo había comprendido y que quería que lo olvidara, pero él interpretó su gesto como un por qué y no la dejó articular una sola palabra.
—Sí, es probable que no haya sido del todo sincero. Verá, sé que ya no soy joven y me había resignado a que no volvería a entregarle mi corazón a nadie y me quedaría solo para siempre. Claro que la segunda parte de esa afirmación aún es cierta, pero por eso… Verá, mi único deseo es convertirme en su eterno protector aunque usted sólo me vea como un amigo o me quiera como quiere a su padre. Jamás he pretendido otra cosa, pero lo cierto es que me he enamorado de usted y por eso deseo que no le ocurra nada malo y si además así puedo gozar de unos cuantos minutos más en su compañía fuera de la formalidad de la oficina, yo me doy por bien pagado.
Atónita por el largo discurso e inesperada confesión, Rebeca no pudo más que mirar por la ventana mientras intentaba asimilar lo que había ocurrido en ese momento. No habló hasta que tuvo que darle indicaciones de dónde era su casa y aprovechó para darle una rápida mirada a Jaime. No lucía enfadado ni triste, sino que tenía mucho mejor humor que el que había mostrado los últimos días. Al despedirse, lo hizo con una sonrisa sincera.
Rebeca no pudo dormir bien esa noche. Además de la vergüenza que sentía, no dejaba de pensar cómo podría rechazar de forma amable a su jefe sin volver a ser grosera con él. Su cerebro le jugó sucio por un instante, haciéndole creer que lo único que él quería era jugar con su mente y con sus sentimientos para lograr seducirla, pero pronto lo pensó mejor y se dio cuenta que él no era de ese tipo.