[Relato] Retazos de amor (1)

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He tenido abandonado el blog desde hace rato, por lo que decidí revivirlo con una corta historia que surgió como prólogo de una de mis novelas, la primera que escribí durante un NaNoWriMo. Por motivos de edición, el relato ya no tenía lugar dentro de la novela, mas no quería deshacerme por completo de este así que decidí que lo publicarlo por partes en el blog. Lo he estado posponiendo, hasta ahora. Espero lo disfruten.

 

Retazos de amor

Fernando suspiró mientras abría la puerta principal de su casa. Con frecuencia pensaba que de su anterior vida no le quedaba nada más que la rutina. Levantarse temprano, ir al trabajo, regresar, comer con sus amigos y volver a dormir.

Colgó las llaves en el gancho junto a la entrada y se detuvo a observar la fotografìa que su abuelo tomó de la casa en el momento en que la creyó terminada.

La historia de sus abuelos e incluso la de sus padres sí que tenía aires de cuento de hada. Así se las narraba su abuela cuando llegaba la hora de dormir.

Parte 1

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Cuando la casa fue construida, el vecindario no era más que un pantano lleno de maleza y la población cercana era escasa. Los caminos eran muy difíciles, por lo que los carros no solían transitar a demasiada velocidad. Jaime Guerra era el propietario del terreno y fue el primero en esa manzana en construir. Era un hombre de porte, espalda ancha y piernas firmes. Alto y apuesto, de presencia intimidante y ojos cálidos. Al inicio no contaba con demasiado y la construcción que hizo era sencilla, apenas para albergarlo, pero con casi 40 años no esperaba encontrar a su compañera de vida ni formar una familia. Casi toda la construcción la realizó él mismo, puesto que apenas podía darse el lujo de comprar los materiales necesarios.

Sin embargo, ambas situaciones cambiaron a causa del mismo suceso inesperado. La oferta de un mejor trabajo le brindó no sólo el capital necesario para levantar su pequeño castillo. Con la nueva oficina venía incluida una guapa secretaria de poco más de 20 años que luego se convertiría en su princesa. Su nombre era Rebeca Méndez

Dedicó varios minutos a observarla bien. Tenía la piel muy blanca y un ligero rubor en las mejillas. Sus ojos castaños, dulces y vivarachos, aseguraban que la hermosa sonrisa de sus labios era sincera. Era una mujer pequeña; su baja estatura y complexión delgada combinaban muy bien con su rostro angelical y seguramente hubiera podido pasar por una niña si llevara ropa para esa edad y no su elegante uniforme de falda corta y saco ajustado que evidenciaban que de verdad se trataba de una mujer plenamente desarrollada. El sobrio maquillaje y su cabello recogido con un moño bajo terminaban de complementar su imagen profesional y atractiva.

A pesar de que el interés de Jaime comenzó desde el momento en que los presentaron, no tuvo la oportunidad de tratar a Rebeca fuera de los asuntos de la oficina hasta una tarde en que ella entró a la oficina de su jefe con aflicción nublando su rostro. Entre tartamudeos y una larga lista de razones y disculpas por “abuso de confianza”, pudo explicar que tenía una emergencia familiar y que debía marcharse temprano.

Jaime por poco pierde su oportunidad cuando le otorgó el permiso y observó la puerta cerrar, pero su cerebro reaccionó justo a tiempo para hacer una llamada interna y poner a disposición de su asistente el automóvil de segunda mano que había adquirido recientemente y su servicio como chofer.

Aunque ella quiso declinar la oferta, Jaime fue más insistente y al final ganó la tan ansiada conversación. Ese día supo que Rebeca era una jovencita muy responsable, no sólo con su trabajo sino que con su vida. Su padre se encontraba muy enfermo y requería cuidados especiales, lo que la obligaba a mantenerlo en un hospital donde cuidaban de él día y noche. Ella iba a visitarlo todos los días después de salir de la oficina y cenaba con él. Rebeca era la menor de 3 hermanos, pero el mayor se había ido de casa a los 18 años y no se volvió a escuchar de él. El segundo hermano apenas logró sobrevivir 2 meses después de que naciera prematuro. Sobre su madre evitó hablar, aún cuando Jaime le preguntó por ella. Ya no está con nosotros, se limitó a decir.

A partir de ese día, el trato entre ambos cambió. Rebeca no dejaba de ser la empleada respetuosa y eficiente, pero también trataba con más familiaridad a su jefe y él estaba encantado con eso. Algunas noches a la semana, Jaime se ofrecía a llevarla al hospicio donde visitaba a su padre. Disfrutaba cada minuto que pasaba a su lado conversando sobre nada, compartiendo chismes de oficina o conociéndose cada vez más.

Una tarde, Rebeca lucía molesta, pero no decía nada. Jaime tenía una importante reunión y los momentos a solas no eran demasiado extensos. Al fin, a la hora de almuerzo, Jaime pudo apartar a Rebeca el tiempo suficiente para un interrogatorio.

Aunque ella insistía que no le ocurría nada, él fue más insistente y al fin logró arrebatar la verdad. La noche anterior, cuando dejó el asilo, unos maleantes la habían asaltado y si no hubiera sido por una oportuna patrulla, probablemente no estaría allí en ese momento.

Por cada lágrima que Rebeca lograba contener, Jaime debía hacer el mismo esfuerzo para guardarse sus improperios. Le entregó su pañuelo acompañado de una afirmación y la promesa de que todas las noches él la llevaría hasta allá y la esperaría hasta que saliera. Rebeca no tuvo tiempo de protestar o negarse. La reunión continuaba y era necesario que ambos volvieran al salón de juntas.

Esa noche fue el primer intento de Jaime por incorporar su nueva rutina, pero Rebeca se excusó diciendo que esa noche no iría, que aún le daba miedo. Era viernes, por lo que no pudo volver a tratar hasta el lunes.

Guardó sus cosas y salió de la oficina. Le pareció que Rebeca se ponía nerviosa y que intentaba ignorarlo, aunque quizá sólo era producto de su imaginación. En el camino, ella estuvo muy silenciosa. Lucía preocupada por alguna razón que Jaime no entendió hasta que se encontraban cerca de su destino.

La ruptura del silencio fue súbita y la pregunta que formuló hizo que perdiera el dominio del automóvil por un segundo.

—¿Qué pretende lograr con todas sus atenciones?

 

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